Los rateros, novela póstuma que recibió el premio Pulitzer, se desarrolla en el ambiente sureño habitual de las restantes obras de Faulkner. Así, una tarde de sábado podemos contemplar «el algodón y el trigo que crecía y se desarrollaba al sol; [...] el espectáculo del ganado, de las mulas y caballos, que intuyendo, quizás, el sábado, se mostraban lánguidos y perezosos sobre los verdes pastos; [...] la gente del campo, vestidos con sus mejores trajes domingueros, sentados en sus porches o en los umbrosos patios ante unos vasos de limonada o ante los restos de los helados que habían sobrado a la hora de comer». Es una narración lineal en la que se suceden los episodios humorísticos y no falta la tradicional visita «ingenua» a un prostíbulo, tan común en esta clase de novelas. Al modo de Las aventuras de Huck Finn, pero con el estilo propio de Faulkner, envolvente y repleto de frases subordinadas, el pequeño protagonista se plantea continuamente la moralidad de sus acciones, pero enjuiciadas en este caso por él mismo en su condición de padre que narra los sucesos a su hijo.
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